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La vida no es un juego
No es nuevo el que se escriban libros o se rueden películas donde se plantean dimensiones muy importantes de la vida entremezcladas con estrategias y tácticas propias de un tablero de juego. Por citar solo algunos, desde los recientes «Los juegos del hambre» o la serie de «Juego de Tronos», al clásico «Juego de Ender» donde ficción y realidad en torno a la guerra se confunden. Los «Funny Games», angustiosa película de Michael Haneke sobre la violencia, y el «Juego de Patriotas» de Tom Clancy, donde espionaje y terrorismo se combinan en una intriga mil veces vista. O la mítica «Juegos de Guerra», aventura adolescente en la que un juego informático está a punto de desencadenar una guerra nuclear. «Las amistades peligrosas» no dejaba de ser una reflexión sobre la decadencia de una aristocracia que se dedica a jugar con el amor, el poder y la gente.
No está mal esa búsqueda de metáforas literarias o cinematográficas que nos permiten entender dinámicas vitales sobre vida y muerte, violencia y ambición, guerra y paz. Solo que la vida no es un juego, aunque haya quien lo olvide. Porque en los juegos, cuando se acaba la partida, se acaba… y a otra cosa, mariposa. Pero en la vida real las decisiones concretas de cada persona tienen consecuencias en historias que no pueden confundirse con piezas de un tablero, estadísticas ni números.
Hubo quien confundió su trabajo, y la confianza de quienes ponían sus ahorros en sus manos, con el juego del monopoly. Hay quien vive la política real como un Hundir la flota, disparando a tiempo y a destiempo al rival, sin darse cuenta –o sin importarle, que es peor- que los que se van al fondo por el camino sean personas, sueños e historias concretas. Hay quien sigue pensando en estrategias, cálculos y conveniencias, y parece que juega en lugar de afrontar, con humanidad, lo que tiene entre manos. Y así nos va.
José María Rodríguez Olaizola, sj